El término apego se ha puesto de moda, pero en realidad, es algo que llevamos dentro desde que nacemos. El tipo de apego que desarrollamos en la infancia no solo moldea cómo nos relacionamos con nuestros padres o cuidadores, sino que también deja huellas profundas en cómo amamos, cómo pedimos ayuda, cómo enfrentamos el conflicto… y cómo vivimos el vínculo con nosotros mismos y con los demás.
En consulta, es muy frecuente que hablemos de autoestima, de ansiedad, de dificultades en las relaciones de pareja… y, detrás de todo eso, muchas veces aparece el apego. Comprenderlo no es ponerle etiquetas a cómo somos, sino abrir una puerta al autoconocimiento y a la posibilidad de sanar.
¿Qué es el apego?
El apego es el vínculo emocional profundo que se forma entre un bebé y su figura de cuidado principal (generalmente madre o padre), y que tiene como objetivo garantizar su supervivencia, protección y consuelo.
Pero no es solo una cuestión que influya en la infancia: el tipo de apego que desarrollamos influye en nuestra forma de conectar con los demás, pedir afecto, sostener la intimidad y gestionar el miedo al abandono.
Hay cuatro estilos principales de apego que solemos usar en psicología para entender las diferencias individuales en la forma de vincularnos:
1. Apego seguro
Las personas con apego seguro suelen haber tenido padres o cuidadores estables (“estoy siempre en tu vida, no te abandono”), predecibles (“puedo intuir cómo va a reaccionar mis padres”) y emocionalmente disponibles (“estoy para ti cuando te ocurra algo”).
Cuando son adultos el apego se ve así:
-
Se sienten cómodas con la intimidad (puedo estar cerca de ti sin miedo a depender mucho de nuestro vínculo).
-
Pueden confiar y dejarse cuidar (sé que si te necesito, vas a estar).
-
Saben poner límites sin culpa (me puedo priorizar sin pensar que eso es egoísmo).
-
Se regulan emocionalmente con más facilidad (entienden lo que sienten y saben cómo calmarse).
No significa que no sufran en las relaciones, pero sí que se sienten capaces de enfrentarlas sin perderse por el camino.
2. Apego ansioso
Se desarrolla cuando los cuidadores fueron inconsistentes (“a veces estás para mí y otras no sé dónde estás”), lo que genera mucha incertidumbre en el menor. El niño aprende que tiene que llamar la atención o intensificar sus emociones para recibir afecto.
Cuando llegan a adultos son así:
-
Buscan constantemente validación (¿me sigues queriendo?, ¿me estás dejando de lado?).
-
Tienen miedo al abandono (si no contestas rápido, ya pienso que algo va mal).
-
Idealizan a la pareja y tienen miedo a incomodar (me da miedo que si muestro lo que siento, te vayas).
-
Les cuesta disfrutar de la relación con calma (si todo está bien, me inquieto porque creo que algo malo va a pasar).
El conflicto o la distancia se viven como una amenaza directa a uno mismo, lo que tiene un impacto en la autoestima.
3. Apego evitativo
Surge cuando el entorno exigía autosuficiencia temprana (“aquí no se llora, espabílate”), o cuando expresar emociones no era seguro (“si me muestro vulnerable, me rechazan o me ignoran”).
Como adultos:
-
Tienen dificultades para hablar de las emociones y mostrarlas (no me sale hablar de lo que me duele).
-
Sienten que necesitan mucho espacio (si estás demasiado encima, me agobio).
-
Les cuesta confiar en que otros van a estar (prefiero depender solo de mí, es más seguro).
-
Ante el conflicto, tienden a cerrarse o desaparecer (mejor evito el tema o me quedo callado y así no me expongo).
La distancia emocional es su forma de protegerse del dolor que implica el vínculo.
4. Apego desorganizado
Aparece cuando la figura de apego fue también fuente de miedo o maltrato (“te necesito, pero también me haces daño”). El niño vive una contradicción profunda: la persona que debería protegerme y a la que quiero es la misma que me asusta o me hiere.
Cuando son adultos experimentan la vida de la siguiente manera:
-
Viven las relaciones con mucha ambivalencia (quiero estar contigo, pero me da miedo y por eso te dejo y vuelvo días o semanas más tarde).
-
Pueden alternar entre buscar desesperadamente cercanía y rechazarla de forma brusca (te abrazo y luego me alejo).
-
Hay mucha dificultad para confiar (nunca sé si es seguro expresarme y comunicarme o no).
-
Tienden a reproducir vínculos caóticos o dañinos (sin querer, eligen relaciones donde se repite el descontrol).
En el fondo, quieren sentirse seguros, pero no saben cómo hacerlo sin entrar en un bucle de confusión y miedo.
¿Por qué es importante conocer tu estilo de apego?
Porque entender tu historia te ayuda a tener más compasión contigo. Muchas veces creemos que somos «raros», que “siempre elegimos mal” o que “no sabemos querer”. Y no es que no sepas: es que estás repitiendo estrategias que en su momento fueron necesarias para sobrevivir.
Conocer tu estilo de apego no es encerrarte en una categoría. Al contrario: es abrir la posibilidad de transformarte. Puedes tener un apego ansioso y aprender a autorregularte. Puedes haber crecido con un estilo evitativo y descubrir lo que es el amor seguro, poco a poco. El estilo de apego no es tu destino: es el punto de partida desde donde empezar a relacionarte de otra forma.
¿Y si mi estilo de apego no es seguro?
Tranquila, puedes respirar. Nadie tiene un apego 100% seguro todo el tiempo. Lo importante no es alcanzar la perfección, sino caminar hacia vínculos más conscientes, más sanos y más libres.
Eso implica:
-
Observar tus manera de relacionarte sin juzgarte.
-
Poner palabras a lo que sientes y necesitas.
-
Revisar tu historia con autocompasión y sin culpa.
-
Aprender nuevas formas de relacionarte.
-
Pedir ayuda profesional si lo necesitas, podemos ayudarte.
Haz clic aquí para pedirnos una primera cita
Y, sobre todo, recordar que puedes aprender a cuidarte y a vincularte mejor, incluso si no tuviste un inicio fácil.
El apego no es solo teoría: es la forma en la que te acercas o te alejas en las relaciones. Es lo que activa tu miedo cuando alguien se distancia, o lo que te empuja a alejarte cuando te sientes demasiado cerca. Pero también es un mapa que puedes ir reescribiendo con consciencia, apoyo y tiempo.
Si estás en este camino de entender tu forma de querer, enhorabuena. Estás creciendo. Y si sientes que hay cosas que no sabes manejar sola, recuerda que pedir ayuda también es una forma de quererte mejor.